Bien es sabido que nadie gana en una guerra. Los costos derivados de los conflictos sobre los cuales la historia tiene cientos de ejemplos, significan un atropello a la dignidad del hombre y su vocación a la vida en servicio del prójimo. La guerra se lleva lo más preciado que podemos aspirar en la vida terrenal; proyectos, esperanzas, amistades, se lleva padres, madres, hermanos e hijos. El año 1879 para la historia de Chile, en el marco de la Guerra del Pacífico, no escapa a la norma. Grandes fueron las hazañas de quienes dejaron de lado sus comodidades, por mezquinas que fueran, para emprender rumbo a los cuarteles. Grandes fueron las proezas del ejército que, ante lo opaco del panorama consiguió la victoria. Sin embargo, ciertos episodios del conflicto también dejaron entrever lo peor de nuestra idiosincrasia; el saqueo, el pillaje, la soberbia y todo tipo de excesos, fueron algunos de los lamentables males observables por la soldadesca mientras emprendía marcha a Lima.
"No debemos olvidar que Arturo Prat, antes de ser recordado anualmente en el “Mes de Mar” o bien, de ocupar puestos en forma de estatuas en las principales plazas de nuestro país, era una persona común y corriente"
Cabe preguntarse entonces ¿cómo es que, en un contexto como la guerra, pueden elevarse personalidades que en el paso de los años recordamos con especial impronta? A ojos de hoy, pareciera que los héroes nacionales representan un ideal caballeresco, seres dotados de virtudes inalcanzables que, en el podio de la valerosidad destacan como grandes líderes innatos. Si consideramos lo anterior como verdad, el heroísmo se convierte en propiedad de pocos, un ideal al que debemos aspirar conscientes que, con gran probabilidad no lleguemos a alcanzar. Fácil sería caer en este autoengaño. Sin embargo, cabe precisar que el heroísmo no necesariamente surge al visibilizar nuestras fortalezas, sino que cuando somos capaces de doblegar nuestras propias debilidades El Capitán de la Esmeralda fue claro ejemplo. No debemos olvidar que Arturo Prat, antes de ser recordado anualmente en el “Mes de Mar” o bien, de ocupar puestos en forma de estatuas en las principales plazas de nuestro país, era una persona común y corriente. Su vida sintetiza la época que le tocó vivir y las adversidades por las que tuvo que atravesar aún durante su niñez. Hombre de familia numerosa, clase media empobrecida, católico de formación y convicción, cuyos estudios en la Academia Naval solo fueron posibles gracias a una beca recibida durante el gobierno de don Manuel Montt. Ya de adulto, fiel esposo y padre de familia.
Su trayectoria terrenal previa al 21 de mayo de 1879, aunque digno de destacar en el plano individual, pareciera no aportar ninguna novedad digna de admiración nacional que mereciera algún tipo de condecoración ¿será precisamente la simpleza de lo cotidiano el ingrediente que terminó por entregarle la dignidad con la que hoy, dichosos, conmemoramos su proeza cada 21 de mayo? En nuestros días cuesta comprender la gesta heroica de Arturo Prat, porque cuesta salir de una perspectiva individualista, tamaño obstáculo, para poder captar la belleza de un acto lleno de amor y entrega. “El marinero caído en un combate perdido” según el historiador William Sater, nos transmite la imagen de un hombre desprendido de las ataduras del egoísmo quien no supo de vacilaciones a la hora de martirizarse por los suyos en el cumplimiento del deber. ¿Qué habrá pensado en aquel momento del abordaje el capitán de una embarcación que contaba sus días para la obsolescencia? ¿Cuál habrá sido la última imagen que pasó por su cabeza? ¿Habrá sido el recuerdo de su esposa Carmela? ¿Habrá sido la imagen viva de aquellos días en compañía de sus hijos? Sin ánimo de dar una respuesta, si algo es cierto, es que difícilmente habría sido el sentido homérico del honor el impulso para lanzarse al abordaje del acorazado Huáscar, hecho que por cierto, le costó la vida.
"Saltar del barco como Arturo Prat, es volver a nacer todos los días en el heroísmo anónimo"
Muy probablemente, Prat murió ignorando que su sacrificio permitiría la victoria de la Covadonga; murió ignorando el entusiasmo que su ejemplo provocaría en el pueblo para enrolarse en el ejército; murió ignorando que su acto provocaría la unión colectiva de todos los sectores de la población; que robusteció nuestra nacionalidad y el sentido de unidad.
El 21 de mayo de cada año, renueva ante quienes nos consideramos hijos de la misma Patria la misma reflexión, ¿Cuál es nuestra actitud frente la adversidad? ¿Somos capaces de pensar en el bien de quienes nos rodean cuando de nosotros depende una acción? ¿Busco vencer con heroísmo las dificultades que nos plantea el día a día por muy pequeñas que sean? ¿Soy capaz de saltar del barco cuando se trata de defender mis propios principios? Nuestros días requieren héroes que sean capaces de renovarse a diario. Luchar por vencer nuestras propias debilidades es clave para redimirnos ante los nuestros y poder hacer frente a una sociedad egoísta e individualista que acapara los corazones de las almas más vulnerables. Saltar del barco como Arturo Prat, es volver a nacer todos los días en el heroísmo anónimo.
Cristián Olivos
Profesor de Historia del Colegio Tabancura